Ocurrió en los últimos años del Siglo XIX que en la parroquia de Trasona se celebraba una misión. tras unos días de predicacción y meditación fervorosa, los feligreses, encabezados por el párroco, tomaron parte en una procesión de penitencia cuyo itinerario alcanzaba hasta Avilés. durante el largo camino los penitentes cantaron y rezaron todas las canciones espiatorias que habían aprendido durante los días de aquellos ejercicios espirituales comunitarios. La clausura de esta misión espiritual había coincidido con la estancia en Avilés de la tuna de Valladolid. En todos los barrios y en todas las casas habían obsequiado a los estudiantes y naturalmente el volumen de estos obsequios estaba en proporción con el censo de jovenes casaderas.
El último pasacalles de los tunos fue un verdadero acontecimiento: decenas de niños y de mozos corrían tras los universitarios vociferano al ritmo de las guitarras y laudes. A la entrada de la calle de Rivero, la música alegre de los tunos se mezcló con las canciones de los penitentes de Trasona. Durante unos segundos los dos grupos se mantuvieron frente a frente sin que ninguno de los dos manifestara intención de guardar silencio. Creció poco apoco la tensión: el tono de las canciones de los feligreses de Trasona iba adquiriendo un matíz áspero, tajante, duro. En medio de aquel combate músico-penitente hizo aparicion en el teatro de operaciones una comparsa avilesina que venía a despedir a los tunos, aquella tercera aparición musical fue la que desquició los nervios de todos los reunidos en aquel original encuentro.
El cura de Trasona - hombre muy cordial y simpático - estaba contagiado por aquella permanente tensión bélica que sostenían los avilesinos, y aquella coincidencia de grupos fue interpretada por él como un intento de boikot a su manifestación religiosa. En medio del ruido de los tres grupos, el sacerdote se adelanto unos pasos, levantó los brazos con violencia y con una voz como un vendaval gritó "A POR ELLOS MIS FELIGRESES" Aquella breve arenga fue como una orden para los penitentes: los cánticos y plegarias terminaron en aquel momento mientras los estudiantes levantaban las guitarras y se lanzaban contra los polifónicos feligreses de Trasona; hubo guitarrazos, puñetazos, pedradas; todo un tratado elemental de hacer la guerra. Allí terminaron los propósitos de la enmienda de los parroquianos del exaltado párroco, y allí concluyó también el último pasacalles de los tunos vallisoletanos.
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